Para las agricultoras artesanales de sal en la isla tanzana de Pemba, la producción es tanto su sustento como su lucha.
En esta comunidad musulmana profundamente patriarcal, los relucientes montones de sal blanca representan la supervivencia y son fruto de una labor que exige paciencia, precisión y fortaleza.
Sin embargo, el aumento del nivel del mar pone en riesgo su actividad.

Mientras la fresca brisa matutina recorre todavía la playa de la isla de Pemba, en el océano Índico, en la costa del noreste de Tanzania y parte del archipiélago de Zanzibar, Salma Mahmoud Ali comienza su día.
Con su colorido kikoi (envoltura, en swaili, una tela tradicional de África oriental usada mayormente como larga falda), ceñido firmemente a la cintura y un pañuelo azul oscuro enmarcando su rostro, camina descalza hacia sus estanques de sal. El aire húmedo pesa, pero Ali avanza con valentía entre el agua que le llega hasta los tobillos.
Armada con una pala, un rastrillo y un pico, arrastra metódicamente los cristales brillantes bajo el sol naciente. Cada movimiento extrae sal de la salmuera, un proceso arduo nacido de la necesidad.
“Es un trabajo duro”, dice Ali, una madre de 31 años y de tres hijos. “El calor es insoportable, no importa cuánta agua bebas, la sed no desaparece. Pero de esta manera mantengo a mi familia y envío a mis hijos a la escuela”, reconoce.
Para Ali y decenas de mujeres agricultoras artesanales en Pemba, la producción de sal es tanto su sustento como su lucha. En esta comunidad musulmana profundamente patriarcal, los relucientes montones de sal blanca representan la supervivencia, en una labor que exige paciencia, precisión y fortaleza.
Más información aquí.
Añadir comentario
Comentarios