La sal en los clásicos y en los no tan clásicos 

Introducción a la Bibliotheca Salinaria

     

      No exagero si digo que la historia del mundo, de la civilización, es la historia de la sal: de la raíz indoeuropea *sal- y del griego antiguo ἅλς, ἁλός [háls, halós], se dijo en latín sal, significando no solo «sal», sino también su principal fuente natural, el «mar».

      Pero lo cierto es que, a pesar de su importancia histórica, en los autores antiguos no vamos a encontrar una definición precisa de la sal, nada parecido a lo que hoy llamamos «cloruro sódico», un compuesto químico responsable de la salinidad del océano y del fluido extracelular de muchos organismos. Se la consideraba una sustancia marina, húmeda, acuosa, tan ligada y connatural al mar que incluso al mar se le llamaba «sal», sobre lo cual Virgilio tejió no pocos ejemplos deliciosos, como estos sonoros versos de su Eneida (10, 213-214):

 

Tot lecti proceres ter denis nauibus ibant

subsidio Troiae et campos salis aere secabant.

«Eran tantos los capitanes escogidos que iban en treinta naves

en auxilio de Troya surcando los campos de sal con el bronce de sus proas».

 

       Esta importancia de la sal y el mar en la historia espiritual de la cultura es la razón por la que hallamos ambos elementos representados por divinidades, generalmente femeninas, desde los tiempos más remotos.

       En Sumer, por ejemplo, la diosa Nammu se identificaba con el «mar primigenio», que dio a luz a los dioses y creó a la humanidad. En el pensamiento religioso precolombino el mar era la morada de las grandes diosas, entre las que se encuentra Uixtocíhuatl, la Diosa de la Sal entre los antiguos habitantes del centro de México. El franciscano Bernardino de Sahagún en su Historia general de las cosas de la Nueva España, redactada entre 1540 y 1585, cuenta que esta diosa azteca era hermana de los dioses de la lluvia y por cierta desgracia que hubo entre ella y ellos, la persiguieron y desterraron a las aguas saladas, donde inventó la sal. En el capítulo dedicado a la fiesta, Sahagún describe los atavíos de esta diosa en que destacaba el vipil, labrado con olas de agua. Las mujeres que hacían la ceremonia de la sal eran viejas, mozas y muchachas que cantaban y bailaban unidas por cuerdas, y la que iba ataviada de la diosa era la que había de morir. La celebración, que duraba diez días precedida de ayunos y abstinencia sexual, culminaba con el sacrificio de la esclava ataviada de diosa de la Sal, cuyo corazón le era extraído y ofrecido al dios Sol y todo finalizaba con banquetes y borracheras. Este ritual cruento debe ser entendido como parte de la cosmología azteca, cuyo pueblo, guerrero e invasor, tenía la visión de un mundo constantemente amenazado por su destrucción, en el sentido de que, si el Sol dejaba de salir, sobrevendría el triunfo de la oscuridad, la muerte y el fin de toda la creación, unos ritos que se inscribían en un proceso de renovación del sol, elemento inseparable de la sal desde tiempos remotos también en nuestra cultura occidental clásica, en la que acabó en proverbio el dicho de Plinio (NH, 31, 102):

 

…totis corporibus nihil esse utilius sale et sole.

«para todos los cuerpos no hay nada más útil que la sal y el sol»

 

        La primera vez que se halla documentada esta relación entre la sal y la divinidad en la literatura occidental es precisamente en el padre de esta, en Homero, quien la llamó «divina» en su Ilíada (Homero Il. IX 214: ἁλὸς θείοιο).

          El gran filósofo Platón también destacó que la sal era «un cuerpo querido a lοs dioses» (Tim. 60e: θεοφιλὲς σῶμα) y en el ámbito romano el historiador Plinio el Viejo afirmó que «no era posible concebir una vida civilizada sin sal» (nat. 32, 88):

 

Ergo, Hercules, vita humanior sine sale non quit degere, adeoque necessarium elementum est, uti transierit intellectus ad voluptates animi quoque eximias. Sales appellantur, omnisque vitae lepos et summa hilaritas laborumque requies non alio magis vocabulo constat.

«Por dios afirmo que no hay vida civilizada sin sal y es un elemento tan necesario que, por una transferencia metafórica, ha designado incluso a los placeres extraordinarios del espíritu. Se les llama ‘sales’, y todo lo que es agradable en la vida, la suma diversión y el descanso de las fatigas no reciben otro nombre mejor».

 

         En clara similitud con otras cosmogonías orientales, los mitos clásicos transmiten que la diosa más antigua del agua salada fue llamada por los poetas romanos Salacia, de cuya unión con Océano se dice que nació el mar, cuya salinidad y poder fecundador propició a su vez, según Cicerón (Tim. 39), el nacimiento de los demás dioses y de todos los seres vivos:

 

Oceanum Salaciamque Caeli satu Terraeque conceptu generatos editosque memoremus ex his Saturnum et Opem, deinceps Iovem atque Iunonem, reliquos

«Océano y Salacia fueron generados y dados a luz gracias a la semilla de Cielo y a la concepción de Tierra; y, de éstos, Saturno y Abundancia, después Júpiter y Juno, y los restantes…».

 

         Salacia se corresponde con la ninfa Anfitrite (Άμφιτρίτη) en la mitología griega, cuyo nombre se refiere al «tercer elemento» (-τρίτη), el agua, que se extiende «alrededor» (Άμφι-) de la tierra, el primer elemento, y sobre la cual se eleva el segundo elemento, el aire. Esta diosa fue pronto asimilada a Venus, de forma que los arúspices ordenaban que en los puertos marinos se colocara el templo de Venus Salacia, llamada por los griegos Afrodita Halígena, «la nacida de la sal», o Anadyoméne, «saliendo del mar» en recuerdo de su origen.

          Plutarco, asimismo, disertando en una de sus Charlas de sobremesa (mor. 685e) sobre «por qué Homero llamó a la sal ‘divina’», refiere que el nacimiento de Afrodita en el mar «apunta con enigmas a la capacidad generadora de la sal», a la apetencia de animales y humanos por el blanco condimento y las funciones de la unión sexual, un aviso, en definitiva, de que la ausencia o restricción del hoy llamado «cloruro de sodio» podía ser nefasto para la salud y la supervivencia de la especie. Afrodita Halígena (τὴν Ἀφροδίτην ἁλιγενῆ), pues, símbolo de sensualidad y fertilidad, será venerada como el avatar griego de la Gran Diosa, cuyo equivalente siriochipriota fue «Astarté, desposada con Adonis», según nos informa de nuevo Cicerón en su libro Sobre la naturaleza de los dioses.

           Asentada en nuestra cultura y procedente de las tradiciones hebrea, clásica y cristiana, a lo largo del tiempo se ha ido tejiendo una identidad que, en expresión de Massimo Montanari (1992), se mueve entre «il sale e la civiltà», entre la sal y esa civilización o humanitas a las que se refería Plinio el Viejo, un signo distintivo de «civilización» frente a la «barbarie», como se lee en la Odisea (Hom. Od. 11, 122-123), donde se habla de:

 

εἰς ὅ κε τοὺς ἀφίκηαι, οἳ οὐκ ἴσασι θάλασσαν

ἀνέρες οὐδέ θ' ἅλεσσι μεμιγμένον εἶδαρ ἔδουσιν·

«hombres extraños en los confines del mundo, que no conocen el mar y

 no sazonan con sal los alimentos que comen»

 

o como se lee en la Guerra de Jugurta de Salustio (89, 7-8), que habla de los salvajes númidas y, en general toda África, que «viven sin cultura lejos del mar y sin necesitar la sal», sinónimo de placer y refinamiento:

 

id ibique et in omni Africa, quae procul a mari incultius agebat, eo facilius tolerabatur, quia Numidae plerumque lacte et ferina carne vescebantur et neque salem neque alia inritamenta gulae quaerebant: cibus illis advorsum famem atque sitim, non lubidini neque luxuriae erat.

«Allí [Capsa] y toda el África vivía sin cultura lejos del mar, porque los númidas por lo general se alimentaban de leche y carne de fieras y no requerían ni sal ni otros excitantes de la gula; entre ellos el alimento servía para combatir el hambre y la sed, no para placeres y refinamientos».

 

          En el ámbito cristiano también la cita bíblica del libro de Job 6, 6 destaca la importancia de la sal para la alimentación y para la vida:

 

Aut poterit comedi insulsum, quod non est sale conditum?

«¿Puede comerse algo insulso, que no está condimentado con sal?».

 

          Testimonio excepcional de la transferencia metafórica del valor de la sal fue Marco Tulio Cicerón (s. I a.C.), que mostró un agudo y refinado sentido del humor a lo largo de su obra y fue considerado por contemporáneos y por la posteridad como hombre de gran ingenio y el más grande orador. Consciente de esa fama, Cicerón en una de sus cartas, durante su proconsulado en Cilicia (50 a.C.), se quejaba a su amigo Volumnio de que este había protegido con poco celo los «derechos de propiedad de sus salinas», porque, en cuanto partió de Roma, no defendió sus «sales» y se le atribuyeron los dichos ingeniosos de todo el mundo, hasta los de mal gusto (Cic. Fam. 7, 32, 1): 

 

...quibus in litteris omnia mihi periucunda fuerunt praeter illud, quod parum diligenter possessio salinarum mearum a te procuratore defenditur.

«…en esta carta todo me ha resultado muy gracioso, salvo el escaso celo con el que has defendido como administrador los derechos de propiedad de mis salinas»

 

               Quintiliano (s. I d.C.) corrobora esta imagen de Cicerón al referir que, en los debates oratorios e intervenciones públicas, era un experto en el arte de sazonar los discursos:

 

Narrare quae salsa sint in primis est subtile et oratorium, ut Cicero pro Cluentio narrat.

«Sazonar bien la narración es una tarea especialmente delicada y digna del arte de hablar en público, como hace Cicerón,  en su defensa de Cluencio…».

 

          Así como la sal espolvoreada en los alimentos con cierta generosidad, pero sin ser excesiva, reporta un placer particular, así también las sales del lenguaje tienen algo que nos despierta la sed de oír. De ahí que todo lo ingenioso, lo gracioso, lo elegante, lo simpático, lo sutil, lo jocoso, lo mordaz y cualquier cualidad que entre en el ámbito de lo agudo, aunque no haga reír, deducimos que todo ello se contiene bajo el concepto de lo sal y lo salado y conviene no sólo al que habla, sino también a todos los modos de actuación y a todas las personas.

           Quintiliano decía que «es salado lo que no es insulso» (Inst. 6, 3, 19: Salsum erit quod non erit insulsum). Y aunque lo salado se suele interpretar comúnmente solo como lo que hace reír, sin embargo, por naturaleza, como él mismo dice, no es siempre así, aunque «lo que hace reír debe tener sal» (Inst. 6, 3, 18: Ridicula esse oportet salsa).

          La sal, así pues, es una especie de condimento simple del lenguaje que el juicio percibe sin tener conciencia de ello y así como excita el paladar, así también el lenguaje, porque lo aparta del hastío, el aburrimiento y la insulsez.

        Y por esa transferencia de la que ya hablaba Plinio hace más de veinte siglos, un lugar idílico y ameno (locus amoenus) que abundaba en salinas «recibía» metafóricamente la gracia de la sal, como entona esta otra  cantiña gaditana

 

                      Cai, El Puerto y

                     la Isla de San Fernando,

                    Chiclana y el Trocadero, 

                    donde se cría el salero

 

          Reforzar, así pues, la vinculación de la Universidad de Cádiz con su entorno, dando a conocer una línea de investigación filológica, cultural y humanística que se desarrolla desde hace años en el seno de la UCA, es uno de los objetivos del Proyecto de Innovación y Mejora docente.

          Por su carácter multidisciplinar y por su complementariedad con las artes plásticas y la imagen que proyectan las ciudades puede promover actividades diversas, transversales y multidisciplinares que estimulen en el estudiantado la reflexión crítica sobre determinados problemas sociales, culturales, económicos y tecnológicos de nuestro lugar y momento presentes.

 

1 de octubre de 2024